El día que lo mataron, el muerto estaba de suerte, de tres tiros que le dieron, no más uno era de muerte… Esta broma macabra mexicana vino a mi mente al recordar lo sucedido a pocos días de mudarme a Bogotá.
No fueron 3, sino 5 los tiros que le dieron, y no sé cuál de todos lo mató. Lo que sí sé es que fue un sicario que lo esperaba en una moto a las afueras del edificio. El ahora asesinado hombre, iba acompañado de unos amigos, cuando ocurrió el suceso.
Ese viernes, salí del edificio con Yorat, a las 10 pm. El carro rojo estaba estacionado en la puerta. Detrás de éste, nuestro taxi esperaba.
Fuimos a la Macarena, al nuevo y conocido restaurante “En Obra”. Comimos, tomamos algo, y luego, un apunte de conciencia de mi amiga (“mañana tienes clase a las 7 am”) nos hizo volver temprano a casa.
Al llegar, a las 12 pm, cual escena de CSI, toda la parte externa del edificio -incluyendo la calle- estaba rodeada de cinta amarilla indicando “NO PASAR”. En el centro de la vía un vehículo de la policía estaba estacionado justo al lado del carro rojo. Éste ahora se encontraba atravesado diagonalmente en la vía. Probablemente cuando el hombre recibió los disparos, ya estaba dentro del carro a punto de arrancar.
Hay noches de la ciudad que pueden ser muy oscuras.
Los policías no nos dejaban entrar al edificio, y de los cerros vecinos bajaba gente haciendo chistes de lo sucedido.
Vetados para entrar por la cinta amarilla y la reticencia de los 3 policías que hacían preguntas a los acompañantes del occiso en el momento del asesinato, diez residentes, algunos nuevos, sólo queríamos entrar al edificio. Mirábamos recelosos cómo los acompañantes daban respuestas parcas de lo acontecido. Y dudábamos. Dudábamos de ellos y de lo que podría pasar luego. Especulábamos sobre la próxima arremetida. Y estoy segura de que apartando el humor negro y la risa fácil que esconde el temor a la incertidumbre, muchos como yo, rezaban internamente. O se cuestionaban la decisión de vivir en este lugar.
Como la función debe continuar, al otro día había un cartel pegado en la puerta del edificio con el siempre apetecido mensaje de “Se alquila apartamento”. Se arrendaba el apartamento en el que un hombre vivió hasta que fue interceptado saliendo, hasta que fue amonestado por un sicario que siguió un mandato de alguien que se tomó la justicia por sus manos y pagó para que se hiciera su voluntad.
Nos esteramos, días más tarde, del destino de aquel sicario. Fue arrestado en la séptima, cuando huyendo en su moto luego de matar al hombre, se atravesó a un vehículo produciendo una colisión. La policía inmediatamente llegó al lugar y apresó al segundo malhechor. El primero, el autor intelectual del hecho, sigue libre. Así funciona la espiral de violencia.
Mi amiga, partía a Venezuela, asustada, pensando que me quedaba en el más ruin y turbio espacio del planeta. Me dejó un rosario y salió corriendo al aeropuerto.
El suceso ahora es parte del anecdotario. Un chico del posgrado siempre me pregunta “si no han aparecido más muñecos” en mi edificio. Otros me comentan que historias así siempre ocurren a los extranjeros. Lo cierto es que esta ya lejana noche fue parte de mi bienvenida. Bizarra, propia de un capítulo de CSI Bogotá.
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Nota: Las imágenes son tomadas de: http://www.argentinaslovenia.com/; http://www.cvc.cervantes.es/; http://www.monicaperalta.com.ar/
1 comentario:
Bueno veo que has exorcizado esta historia. Un abrazo,
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